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PARA ESCRIBIR HAY QUE ANDAR UN POQUITO SONÁMBULO

Pedro Mairal parece un tipo normal. Eso fue lo que pensé cuando lo vi llegar con su mochila al hombro. No quiso dejarla, prefirió salir a recorrer el Parque de Esculturas cargándola y alegó estar acostumbrado a llevarla siempre consigo. Un par de horas después nos volvimos a ver para la entrevista con la radio que le había coordinado. Cuando lo llamé él ya estaba cerca, puntual… segunda vez que pensé “parece un tipo normal”. La verdad es que tratar con artistas de renombre internacional no suele ser así de sencillo, pero Mairal parece inmune al ego que podrían generarle sus reiterados éxitos. A los 28 años ganó el Premio Clarín de novela por su libro Una noche con Sabrina Love, la cual fue llevada al cine dos años después con un gran reconocimiento del público y la crítica. En 2005 publicó El año del desierto y me contó que para volver a escribir una novela, esperó siete años. Sentía como una mirada, un ojo crítico pesado sobre mí. Me llevó tiempo juntar valor para volver a publicar, yo estaba crudo cuando gané el premio Clarín, me hizo mucho ruido tanta exposición y necesité recuperar el silencio propio. Luego, le seguirían Salvatierra en 2008 y La uruguaya en 2016, la cual debutó este año como película, producida nada más y nada menos que por la Comunidad Orsai, del escritor argentino Hernán Casciari. Sin contar estos hitos literarios y cinematográficos, ha publicado dos libros de cuentos, siete de poesía y cuatro de no-ficción. Pero como si todo esto fuera poco, también da talleres de escritura, seminarios, compone música y se presenta con su banda Pensé que era viernes cada dos por tres en Montevideo y Buenos Aires.

Al festival vino para hacer de todo: el primer día (después de pasear por el parque más de una hora con viento y frío) conversó en una mesa redonda con dos escritores más, el brasileño Sérgio Rodrigues y el uruguayo Pablo Casacuberta, bajo el disparador Para qué escribir. El domingo dio un taller de una hora y media sobre el uso de los cinco sentidos en la escritura, denominado La escritura en movimiento. Algunos consejos para escribir y media hora después, presentó la película de su libro homónimo La Uruguaya, ante un auditorio repleto de gente. 

Desde el MACA, y como sus anfitriones, tuvimos la exclusiva tras bambalinas y esta entrevista que nos brindó antes y después del evento. 

Pregunta: ¿Cuáles fueron tus orígenes con la escritura?

Respuesta: A los 16 años intenté escribir canciones, tocaba la guitarra mal (como todo adolescente) y ahí empezaron a salir las letras. La parte musical cayó porque yo no tenía ninguna preparación formal más que algún acorde fogonero. Por ende dejé la música de lado y la guitarra también, pero quedó esta escritura en columna que me permitió no asustarme con la poesía. Empecé a tratar de leer y de escribir poemas y algunas prosas cortas. Creo que así surgió, intentando algo con la música. Lo curioso es que muchos años después las ganas de componer volvieron, permitiéndome jugar. El primer momento habrá sido en 1987 y el segundo en 2015. En el medio intenté estudiar medicina y fracasé olímpicamente, y en esa situación de no saber quién era yo ni qué iba a hacer con mi vida, empecé a escribir más. Estuve un año perdido, pero me metí en un taller literario que fue muy importante para mí, lo daba Félix “Grillo” della Paolera, era muy bueno y muy moderno porque no te enseñaba a escribir como alguien, simplemente dejaba que te equivocaras hasta que fueras encontrando algo que quisieras decir. Era un tipo muy inteligente que te dejaba ser y hacía de su espacio un lugar de experimentación y de búsqueda. Yo tenía entre 19 y 20 años. Después entré a estudiar Letras en la Universidad del Salvador. Letras te convierte en un lector que no se pierde nada y te vuelve demasiado cuidadoso con tu propia escritura, lo cual suele ser contraproducente, porque perdés la soltura… para escribir hay que andar un poquito sonámbulo. Si estás muy consciente de lo que estás haciendo te tropezás, te inhibís. Vi a muchos compañeros de la facultad que les pasó eso, pero yo claramente tenía una vocación muy fuerte, tenía en claro mi escritura y lo iba haciendo en paralelo a la carrera. Cuando me faltaban unas pocas materias para recibirme me dieron el Premio Clarín de Novela y consideré que ese era mi título. Quizás suene muy chanta que lo diga, porque podría haber terminado con un esfuerzo más, pero fue una validación para mis padres. Mis hermanas, que son mayores que yo, son profesionales de carreras tradicionales. Yo salí artista y eso asustaba a mis padres ¿Qué vas a hacer? ¿De qué vas a vivir? Con ese premio pude dejarlos más tranquilos.

P. ¿Cómo fueron los primeros años como escritor reconocido?

R. Una noche con Sabrina Love la escribí en el ‘98, después hice Salvatierra, pero no la entregué a ninguna editorial, la dejé en el freezer. Recién en el 2005 saqué El año del desierto, o sea que para volver a escribir una novela esperé siete años. Sentía como una mirada, un ojo crítico sobre mí. Me llevó tiempo juntar valor para volver a publicar. Yo estaba un poco crudo cuando gané el Premio Clarín, me hizo mucho ruido tanta exposición y necesité recuperar el silencio propio. Además, se instauró esa cuestión de “ahora sos escritor latinoamericano” desde Anagrama. Yo lo sentía como “dale, mandate otra”, y ni siquiera me consideraba novelista. Tuve que ir recuperando mi silencio, mi lugar y más que nada ir creciendo a mi velocidad. Eso sucedió hasta 2005 con El año del desierto, y después cuando se publicó Salvatierra.

P. ¿Y en cuanto a tu pseudónimo a la hora de escribir los Pornosonetos?

R. Cuando estaba escribiendo El año del desierto y me trababa, me ponía a hacer esta especie de sudokus verbales que son los sonetos. Es una cajita de 14 líneas con versos de 11 rimados, es una estructura muy rígida y clásica dentro de la cual yo detonaba cosas berretas, guarras, eróticas y sexuales. En ese superorden entraba todo. Al principio los escribía totalmente despreocupado, sin pensar en publicarlos, hasta que un día Cucurto -el editor de Eloísa Cartonera-, me pidió que escribiera algo y le pasé estos sonetos. Le rogué que saliéramos con un nombre inventado, Ramón Paz. Este pseudónimo me dio mucha libertad. Estaba comenzando a hacerme un nombre literario y me pesaba a la hora de firmar cosas. Fue sacarme a Pedro Mairal de encima, el de la solapa con la fotito con cara de escritor. Fue muy liberador. En vez de que dijera que nací en el ‘70 puse en el ‘69 -el chiste para seguir con la temática- y le agregué títulos de libros inventados. El segundo volúmen lo publicó Vox, también con pseudónimo, hasta que alguien puso en un blog “esto suena a Mairal” y por vanidad y orgullo terminé confesando. Funcionó lo que tenía que funcionar. Fue una especie de distractivo, una maniobra de evasión. En El Gran Surubí, que es una novela escrita en sonetos, el personaje se llama Ramón Paz. 

La parte de mi cerebro que piensa en sonetos se llama Ramón Paz. 

P. ¿Cómo es tu relación con la música actualmente?

R. Considero que estoy en una infancia musical. Son 6 años practicándola, con la literatura 30. Estoy empezando a encontrar mi lugar, que no es el de performer, te explico (aunque quizás no debería decir esto): soy un tipo muy distraído, el músico es alguien que siempre está metido en la canción, en un ritmo y sostiene en el aire una tensión muy precisa, que es lo que atrapa y conmueve. También hay que saber cantar, yo tengo una voz muy fluctuante. El que canta bien es Rafa (Otegui). Estoy descubriendo que me gusta componer canciones y que las interpreten otros. 

Si bien nuestro público es del palo de la literatura, es interesante cuando vienen por habernos escuchado en Spotify o Youtube y no saben quiénes somos o qué hacemos fuera de la banda. Para mí vengan de donde vengan son bienvenidos. 

Supongo que a los editores les asusta un poco mi costado musical, hay rachas en las que mi instagram es todo música. Por suerte me puedo tomar esa libertad, me la he ganado con el paso de los años, pero más que nada porque la vida es una sola vuelta, es una montaña rusa que tarde o temprano te baja. Por eso, si existe esa pata musical, ¿Por qué voy a podar esa rama? El crecimiento personal es algo muy íntimo y no hay nadie que te pueda decir “cortá y seguí por acá”. Es parte del crecimiento asomarte a lugares que abren la curiosidad y la creatividad. 

P. Adentrándonos en La uruguaya, hubo tres cosas que me llamaron particularmente la atención, la primera es una carilla entera de insultos típicamente argentinos; la segunda tus reiteradas alusiones a Borges y la tercera a Werner Herzog, ¿Podés contarnos acerca de ello?

R. Primero él cree que su mujer lo está engañando con un médico, por eso el odio contenido hace que el lenguaje se le estalle y empiece a inventar palabras. Disfruté un montón escribiéndolo. Hay una violencia verbal que a veces está bien dejar salir. 

En cuanto a Herzog, la primera película que vi de él fue Aguirre, la ira de dios: unos adelantados españoles que se pierden en la selva y se empiezan a matar entre sí porque uno es traidor a La Corona. Es casi realismo mágico. Hizo una cosa rarísima Herzog ahí, y encima actúa Klaus Kinski. Eso lo vinculó mucho con la zona del río Urubamba en Perú, que es donde después filmó Fitzcarraldo. Hay un documental sobre la filmación de Fitzcarraldo, y otro llamado Mi enemigo íntimo sobre Kinski. Toda esa etapa sudamericana suya me parece alucinante. Me interesa él como personaje, porque dice que para filmar películas o para escribir hay que ir a pie. De hecho él se fue caminando de Múnich a París porque había una amiga suya que se estaba muriendo y creía que si iba caminando campo traviesa hacia ella, entonces no moriría. Es hermosa la idea. Es como si tuviera una especie de fe gigante. Siempre me acuerdo de una secuencia de un hombre saltando en esquíes en cámara lenta… tiene una grandiosidad muy similar a la de La caverna de los sueños olvidados, donde muestra pinturas rupestres de más de 30 mil años con música sacra.

Por el otro lado está Borges (más controlado, Herzog es más fáustico, más romántico, pura emoción), pero con una habilidad verbal para provocar lo que provocó en Argentina. Lo veo como una especie de libertador, nos liberó de todo ese donaire español, las frases largas y ser vueltero y escribir cosas que se pueden decir más breves. Borges metió una síntesis que es asombrosa sintácticamente. Empieza un cuento, por ejemplo, diciendo “le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa”. Es un adjetivo “rencorosa” y si lo pensás, podría haber escrito “le cruzaba la cara una cicatriz que todas las mañana cuando se la miraba en el espejo le hacía sentir el rencor por la persona que lo había herido…” Es una síntesis muy buena para la literatura. Él era muy moderno, vinculado a los medios, casi no hay texto de Borges que no haya salido en una revista o en un diario antes que en un libro. Estuvo en la juventud con las vanguardias, pensó toda la literatura argentina, pensó qué era la literatura argentina, qué era escribir. Se dio cuenta del cruce de los géneros, como que el prólogo de un libro puede ser un cuento corto, un cuento puede ser un ensayo, un poema puede ser narrativo… ¡Un genio! Tuvo mucha libertad. Se lo asocia siempre con una cosa marmórea, dura, pero para mí fue un gran experimentador, un tipo muy libre. 

P. ¿Cómo hacés para abarcar tantas aristas artísticas y laborales al mismo tiempo?

R. Uno siempre es un malabarista que desempeña distintos roles y que intenta ir administrando la energía, ya sea haciendo música, escribiendo novelas, dando seminarios y talleres de escritura e incluso paternando (soy padre de un chico de 20 y una nena de 10). Hay que saber decir que no también, me cuesta mucho. Si acepto absolutamente todas las invitaciones que me hacen pierdo tiempo valioso que podría pasar con mi familia, por ejemplo. 

P. ¿Qué importancia tienen para vos los festivales de literatura?

R. Las considero instancias muy importantes para compartir porque se dan cruces de ideas, intercambio de opiniones acerca de la escritura y de la creatividad con los autores que asisten. Por otro lado es un encuentro con lectores y con las preguntas que hace el público. Es una especie de cerebro colectivo, pensando la literatura en cada región, en cada época.

P. ¿Cómo ha sido el intercambio que has tenido con otros autores durante el fin de semana en el FIL?

R. El festival en el MACA fue muy interesante primero por la apertura a autores uruguayos que a algunos conocía pero con los que nunca había tenido largas conversaciones, como Pablo Casacuberta y Daniel Mella. Y también por esa pata brasileña. Uruguay siempre está más cerca de Brasil que Argentina en cuestiones culturales como en la música, pero que lo esté también literariamente me resultó interesantísimo. 

P. ¿Cuál es tu relación con el mundo del arte? 

R. El mundo del arte está muy presente para mí desde la música, la pintura y el cine. Todo eso me sirve y confluye en lo que escribo. Hay algo en el mundo de la plástica que tiene que ver con cómo plasmo sensaciones, experiencias, emociones con colores, con volúmenes. Me interesa mucho cómo de golpe se rompe lo figurativo en la escultura, por ejemplo, y se va hacia lo abstracto y lo pienso muchas veces con lo literario, cómo hace la poesía para desprenderse del sentido lógico e irse para un lugar más raro. Creo que el arte con todas sus manifestaciones y géneros tiene la capacidad de mapear la complejidad de la experiencia humana que es infinita y diversa. Está buenísimo poder parar a ver las distintas disciplinas y el museo en ese sentido funciona muy bien. 

P. ¿Conocías el MACA antes del Festival?

R. No conocía el museo por dentro, siempre pasaba y quería entrar. Mi hija fue con mi hermana y era algo pendiente que tenía. Fue lindísimo no sólo visitar el museo sino estar ahí dos días, en ese espacio tan estético y cuidado, en esas hectáreas caminando. Es como que me quedó el espacio un poco dentro, me quedó como una zona donde poder irse mentalmente, no sé bien cómo explicarlo pero fue lindísimo. También el lugar de los encuentros era impresionante, incluso funcionaba bien la cafetería para toda esa periferia de los festivales que es tan importante. Lo que sucede en las mesitas de café, en los almuerzos, en las cenas, las combis que nos llevaban y traían y todas esas conversaciones que no tienen porqué ser eruditas, sino simplemente como un intercambio de figuritas “yo te paso mi libro y vos me pasás el tuyo”.

El espacio del MACA me pareció muy apropiado para el encuentro, no había ningún apuro, eso me gustó. Las cosas se iban haciendo a medida que otras se iban terminando y cuando querías salías a ventilarte por el parque de esculturas. La verdad es que funcionó muy muy bien. Es decir, un encuentro literario con la preponderancia de la plástica. Y también dieron películas y también hubo música… ¡Se mezcló todo! Fue muy interesante y estoy muy agradecido. 

LAURA GARGANTA 

Fotos: Nicolás Vidal