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En el taller de Pablo Atchugarry: cómo trabaja el genio uruguayo que lleva su arte al mundo

El País acompañó una mañana de trabajo del artista en su taller, en Manantiales. Atchugarry habló sobre la evolución de su obra, su relación con el mármol y la madera, con Italia y el público.

Por Manuella Sampaio

Las paredes, el piso e incluso el techo. Cada centímetro del taller de Pablo Achugarry resplandece el blanco opaco del polvo de mármol. A eso solo lo contrastan la remera azul que luce el artista, algunas de sus herramientas de trabajo y los suaves tonos del propio mármol, que el ojo entrenado de Atchugarrydistingue cada vez que lo elige en la cantera de Carrara, en Italia. Además del tono apropiado, la piedra le tiene que generar algo distinto. “No puede ser cualquiera, tiene que pasar algo”, le cuenta a El País.

Es una mañana calurosa de febrero y el sol de las 11 de la mañana entra por la claraboya del taller en la Fundación Pablo Atchugarry en Manantiales. Lo miro trabajar en una escultura que, me dice, le encomendaron desde Nueva York, mientras hay una decena de obras dispersas por el taller, esperando su turno. Con la sierra eléctrica de arriba hacia abajo, va generando una línea profunda en el mármol. Minúsculos pedacitos se desprenden de la piedra y una nube blanca de polvo baila por el taller.

Hay una charla entre materia y artista y lo que va surgiendo de este diálogo, cuenta Atchugarry, es el acuerdo entre la idea original y lo que será la obra final. “Trato de descubrir lo que hay en el interior de la obra, que es un poco lo que decía Miguel Ángel, que la escultura ya estaba dentro y que el artista lo que hacía era quitar lo superfluo”, dice.

Con el cincel y la maza, saca otros pequeños pedazos en la base de la escultura de aproximadamente tres metros. “Es todo un desafío”, dice sobre el trabajo de llevar la materia bruta a un estado de fragilidad. “Es un poco la relación de la fragilidad con nuestras vidas”.

La relación del artista con el mármol fue cambiando con el tiempo. De una obra compacta como “La Lumiere” (1979), la primera que hizo con ese material, a esta que está a punto de nacer, se notan aperturas a distintas formas, o lo que Atchugarry resume como “un buceo dentro de la obra” y un diálogo entre luz y sombra.

“Empecé a tener la necesidad de los espacios interiores, de ir entrando en la materia, y ahí aparecieron los huecos y los volúmenes finos para obstaculizar la luz”, comenta. “Cuando le creo un obstáculo, la luz no puede bañar esa superficie y crea la sombra y con ambas voy jugando”.

También su relación con Italia, el país que lo vio crecer y formarse como artista y que le brindó el mármol más famoso del mundo, es hoy más profunda. “Creo que mi crecimiento se debe a Italia, que es un país muy exigente. Es una relación que yo siento muy importante y estoy muy agradecido”, puntualiza.

Atchugarry tiene obras encargadas para los próximos años, y el tiempo que puede estar con una pieza es impredecible: para dar cuenta de esta demanda puede trabajar hasta 12 horas diarias. Trae proyectos de Italia y lleva proyectos de Uruguay a Europa. Este ir y venir entre hemisferios le hace sentir que une dos mundos. Cuando algunas obras quedan allá y otras acá hasta por meses, necesita reconectar con su creación. “A veces lleva tiempo, pero soy una persona que trato de afrontar los temas rápidamente”, dice.

Acaba, por ejemplo, de entregar tres obras: dos iban rumbo a Los Ángeles y otra a Madrid. “Es una manera de estar en Uruguay, pero conectado con el resto del mundo”, comenta.

El artista no tiene ningún problema en desprenderse de sus creaciones. Son, en definitiva como hijos, “y a los hijos no se puede tenerlos guardados, la vida es de ellos”.

Y dejó de titularlas para no orientar ni descartar ninguna interpretación. “Me parece que un nombre es algo un poco arbitrario y condiciona; si yo pongo determinado nombre el espectador está casi obligado a ver o a preguntarse dónde y por qué está ese nombre”, dice. “Me gusta la sensación de total libertad y que uno se encuentre con la obra y se emocione o se haga preguntas de acuerdo a la propia sensibilidad”, añade.

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La relación que mantiene con el mármol es “visceral”. “Es parte de mí mismo. Es tan fuerte que yo no he podido cortar el cordón umbilical. El mármol es parte integral de mi vida”, afirma. Y aunque es la estrella de sus obras, también ha trabajado, por ejemplo, la madera.

Le pregunto qué siente al trabajar con esa materia y esto es lo que me contesta: “Me da mucha emoción, porque es una materia que estaba viva y que como todos los seres vivos también tiene un límite, por eso en las obras con la madera hay una idea de tiempo, de vida y muerte. Parece muy sólida, muy eterna, pero sin embargo es fugaz”.

En 2023, Atchugarry cumple 45 años desde que fue por primera vez a Italia y descubrió el mármol. Le pregunto si respirar el polvo durante todos estos años le afecta de alguna manera. El artista explica que aunque el mármol no tenga silicio y, por lo tanto, no cause silicosis, sí tiene carbonato de calcio, que no deja de ser un agente extraño al cuerpo. “Hay una (carraspea y se ríe) tosecita, pero no me lamento”, dice.

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Afuera del íntimo espacio de su blanco taller, está el verde del césped y de los árboles de la fundación que creó hace 17 años, además de las imponentes obras esparcidas por el lugar y el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) con su monumental arquitectura y sus cinco mil metros cuadrados. Atchugarry se enorgullece de este espacio y siente que haberlo edificado lo acercó a Uruguay.

Algunos días, como el de esta charla, trabaja con las puertas del taller abiertas y los visitantes tienen el privilegio de conocer obra y creador. “Vienen familias con mascotas, con niños, es un lugar que realmente se va cargando de energía. A veces ni puedo trabajar de tanta gente que saludo (se ríe), pero me parece que eso es también una cosa positiva, porque a veces pensamos que el artista es una especie de mito que está quién sabe dónde, y sin embargo estoy aquí. Y me parece que es muy didáctica esa relación”, finaliza.

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