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Es de los grandes nombres de la plástica, tiene 40 años de carrera y presenta su primera muestra en Uruguay

El argentino Guillermo Kuitca reúne 80 de sus obras en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry de Manantiales.

Si la trascendencia de un artista se mide en su distribución en museos, galerías y colecciones privadas, Guillermo Kuitca es muy importante.

Las obras en Desenlace, la exhibición de Kuitca en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry , incluye procedencias como la galería Hauser & Wirth y colecciones como las de Amalia Lacroze de Fortabat, Balanz y Eduardo Constantini.

Eso aporta nada más que datos estadísticos, que dejan de ser relevantes cuando se enfrenta una muestra así de abarcativa de un artista plástico tan importante como Kuitca. Desenlace, producida especialmente para el MACA y la primera muestra individual en Uruguay del argentino, es impactante.

Guillermo Kuitca en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry. Foto: Ricardo Figueredo

Kuitca nació en Belgrano en 1961 y a los 13 años inauguró su primera muestra individual en la Galería Lirogay de Buenos Aires. Un fuerte impulso personal y artístico fue la coreógrafa alemana Pina Bausch.

“El espacio y sus variadas materializaciones han estado presentes desde los inicios en su obra”, escribe la curadora Sonia Becce. “Uno de los aspectos más relevantes de su trabajo es el modo en que resuelve la representación paradojal del espacio público en el privado y del privado en el público”.

Eso está representado en la utilización de interiores, paisajes intervenidos, mapas y esquemas que se involucran en la obra o la dinamitan.

Sobre algunas de esas cosas, El País charló con Kuitca (que es muy simpático) mientras recorría Desenlace en el MACA, que abre todos los días de 12.00 a 20.00, es gratis y tiene visitas guiadas.

-¿Cuál es la línea que atraviesa Deselance?

-Hay varias. Como es mi primera muestra en Uruguay, quería que hubiera obras muy importantes para mí....

-Perdón que lo interrumpa pero estaba reacio de venir a Uruguay, ¿qué le pasaba?

-No es fácil organizar nuestras mías. En Argentina llevo casi 20 años sin exponer y antes habían pasado 17: en los últimos 37 hice solo una muestra. Así que no es algo con Uruguay. Cuando el año pasado visité el Maca y conocí a Atchugarry y a la gente acá, pensé que capaz que era hora de hacer una muestra. Y tampoco había tenido propuestas de exponer en Uruguay. Lo hubiera hecho: es un país que he visitado toda mi vida.

-Ahora sí, volvamos a la muestra.

-La pensé -aunque sé que hay mucha gente que va a venir que son argentinos o uruguayos que conocen mi obra- para un público que no la conociera o que supiera quién era yo, pero que nunca hubiera visto nada. Es realmente una carta de presentación y el espacio, aunque lo pudimos articular muy bien, no daba para una retrospectiva enorme por lo que había que tomar decisiones.

-¿Cuáles fueron?

-Hicimos un núcleo muy fuerte centrado en la década de 1980 que es donde hay las obras importantes que pudimos obtener en préstamo y después el presente. Eso no es caprichoso: mi obra hoy tiene eco de lo que hice. Y el otro eje pasa por dos tipos de espacialidades: lo teatral y lo doméstico. Desde la planta del apartamento al escenario. Así todas las obras dialogan con una cosa o la otra.

-Leila Guerriero se refiere a usted como “desaforado” y veo que en los 80 hizo de un apartamento de Charly García, su taller. ¿Cómo era esa época?

-Y... como te puedas imaginar los 80 de alguien de 20 años. Y estaba la democracia incipiente por lo que se juntaban varias energías: la hormonal y la de un país que estaba volviendo a nacer. Había manifestaciones de todo tipo y los artistas plásticos estábamos muy cerca de los músicos de rock. Eran años desenfrenados, arrebatados y mi pintura era muy romántica, muy desesperada. Esa desesperación que uno se puede dar el lujo de tener a los 20 años.

-¿Cómo fue esa generación?

-Quedó un poco bisagra y con mucha responsabilidad en las espaldas de dar cuenta de una historia catastrófica y horripilante, y al mismo tiempo ver si podía salir hacia otro lugar. La generación previa tuvo probablemente la parte más dura y casi la misión de dejar un testimonio. Nosotros quedamos como liberados de dar un testimonio político.

-Lo político atraviesa su obra.

-Creo que sí, pero para nada de un modo discursivo, como lo hubiera hecho la generación anterior. Está incorporado desde un lado muy íntimo. Antes de hacer estas pinturas, en 1982, había hecho otras que trataban de evocar más los años sangrientos. Cuando la vi, las hallé muy banales, superficiales.

-Hay dos cosas que se repiten en su biografía: que fue niño prodigio y Pina Bausch...

-Siempre (se ríe).

-¿Lo siguen definiendo?

-Honestamente, no. No fui un niño prodigio. Fui, sí, muy precoz. En un artista plástico, la prodigiosidad es muy relativa. Igual, veo obras mías de cuando era muy chico y con la distancias de los años pienso que no estaban nada mal. Por mucho tiempo tuve una mirada muy crítica a ese niño, como que sentí que había sido un invento de los demás, y ahora lo veo y veo que había algo ahí.

-¿Y Bausch?

-Fue un impacto muy fuerte cuando vi las primeras obras y fui a Wupertal, su centro de trabajo. Pero esa influencia ya está tan procesada, tan reescrita y reelaborada, que cada vez que aparece una silla tirada, no es que estoy pintando un elemento icónico de ella, sino que es un elemento del que me apropié completamente.

-Volviendo a lo generacional, algo de su obra me hizo pensar en el cineasta Martín Rejtman y después leí que eran amigos...

-Martín tiene una distancia y un humor que envidio mucho. Somos amigos desde los 17 años, creo que nos impregnamos casi de lo mismo.

-¿Alguien más que le parezca cercano?

-Tanto como Martín, me cuesta pensar. En las voces de esa generación pienso en artistas que van de Lucrecia Martel hasta Martín.

-¡Qué generación esa!

-Escritores como Caparrós, Font. Aira, desde ya.

-¿Cómo consigue Argentina esa clase de promociones en medios del caos?

-La tradición literaria argentina es muy buena. La tradición plástica está más quebrada, como más desarticulada quizás. Esta especie de híbridos que son las grandes ciudades generan a veces artistas muy elocuentes.

-Hablando de híbrido. ¿Cómo definiría lo argentino en su obra?

-¡Me diste la respuesta! Es una identidad muy compleja, hecha de retazos, y que hay que reconstruir y construir permanentemente. Como nunca viví en otra ciudad que no sea Buenos Aires siento que no tengo que inventarme ninguna identidad. De hecho, no me gusta mucho la idea de ir hacia una identidad por el solo hecho del marketing de la identidad. Por supuesto, es una obra a veces melancólica o hasta tanguera, pero son elementos que trato de no subrayar.

Fernán Cisneros

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