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Los libros como excusa para reunirse, pensar y crecer: ¿qué pasó en el festival literario del Museo Atchugarry?

El fin de semana en el MACA se realizó el Festival Internacional Literario del MACA que reunió a escritores, editores, periodistas y un montón de púbico para celebrar la literatura, la música y la creación

Con una amabilidad climática de esas por las que se ruegan pero rara vez se dan, la segunda edición del Festival Internacional Literario del Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (FIL-MACA) reunió durante dos días a escritores, editores, periodistas, artistas plásticos, poetas performers, músicos y un montón de público. Se celebró el poder, la permanencia y la magia de la literatura.

Fue una fiesta, a la que además del clima (el sábado estuvo espléndido; el domingo, amenazante pero se salió ileso) ayudó el entorno: el predio de la Fundación Pablo Atchugarry es uno de los lugares más hermosos de Uruguay y abrió todas sus puertas para la ocasión. Su cafetería, por ejemplo, se llenó de tertulias literarias y su parque de caminatas inspiradoras.

Las actividades del FIL-MACA comenzaron al mediodía del sábado, con la inauguración de Retropía, la muestra del artista cubano Dagoberto Rodríguez en la que reproduce frases revolucionarias en detalles cromados de los aún vigentes colachatas habaneros; Rodríguez está exiliado en Madrid. La exposición sigue activa en el museo.

La apertura oficial del evento fue con una breve charla entre el director artístico del museo, Leonardo Noguez, Gastón Atchugarry y el escritor Andrés Echevarría. Incluyeron buenos deseos y destacaron la imponencia de la propuesta.

La primera actividad de la grilla fue la adaptación teatral de Leonel Schmidt del libro Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez, la homenajeada de este segundo festival (el año pasado fue Ida Vitale). Su llegada a Manantiales, acompañada por su esposo, fue una addenda extraoficial de Espectro Enríquez, la semana de actividades montevideanas alrededor de su figura que incluyó programar un ciclo en Cinemateca Uruguaya, un par de conversatorios y la declaración de Visitante Ilustre. El sábado, Enríquez, la escritora del momento, condujo, en el cine del museo, una Clínica de Narrativa Fantástica para 25 escritores que le compartieron sus textos para los que ella tuvo siempre un comentario que, viniendo de dónde venía, es un fuerte impulso a seguir escribiendo. Comenzó dando algunas pistas sobre su propio estilo.

El domingo, Enríquez participó de un conversatorio a aforo completo con la periodista Silvana Tanzi y recibió una placa realizada por Pablo Atchugarry por eso de ser la homenajeada del festival. Después se formó una larga fila (principalmente integrada por muchachas, por lo visto una parte importante de su fandom) para la firma de ejemplares.

De esos momentos hubo varios. Quizás el más conmovedor fue ver al poeta argentino Hugo Mujica (80 años, uno de los grandes de este tiempo) recitando sus textos ante un silencio respetuoso de platea colmada. Antes había charlado con locuacidad sobre “el silencio como decir poético”. Mujica sabe del tema: hizo un voto de silencio durante siete años en un monasterio. Habló de esa experiencia, bien motivado por Rafael Courtoise, y dejó en claro el poder que ejerce la poesía aún en el púbico. Se generó una magia ahí.

La primera noche la cerró el pianista uruguayo Gustavo Casenave con uno de sus energéticos recitales pero antes había habido de todo. Estuvo Vitor Ramil hablando de sus raíces uruguayas y de su condición de riograndense del sur, una periferia cultural brasileña, la ilustradora chilena Patricia Valdivia mostró su trabajo y Emanuel Bremermann, Tamara Silva y el ganador del Premio Clarín, Luciano Lamberti.

El domingo la agenda fue igual de nutrida. El argentino Martín Kohan, quien pasó fugazmente por el festival, charló con el uruguayo Damián González Bertolino sobre literatura y fútbol. En un momento de intimidad literaria, González Bertolino leyó más tarde un poema inédito en la capilla del lugar, allí donde está “La piedad” del anfitrión Pablo Atchugarry.

Esa tarde hubo una sesión de micrófono abierto, con la poeta y periodista argentina, Claudia Zamudio, en la que espontáneos podían leer sus textos. Y una charla sobre festivales literarios.

Y al rato, el director de la Comedia Nacional, Gabriel Calderón y el director artístico del Teatro Nacional de Cataluña, Xavier Albertí, hablaron de versos clásicos y la próxima puesta que el catalán estrenará en el Solís, y con el elenco oficial de Fuenteovejunta, la primera vez que en Uruguay se hace ese texto de Lope de Vega en más de 60 años.

Tres poetas (Anne Gauthey, José Arena Díaz y Regina Ramos) realizaron performances poéticas con sus textos.

Y hubo actividades lúdicas. El domingo on el cielo anunciando lluvia, se realizó una busqueda de tesoro para los niños con la escritora argentina Ruth Kaufman. Los chiquilines tuvieron un Taller de creación infantil, con la chilena Paloma Valdivias.

El cierre, tras el breve homenaje a Enríquez, fue a todo rock y poesía con La Tabaré.

Y todo eso entre stands, diálogos informales y un montón de experiencias personales que, al final, son la verdadera gracia de fiestas así de colectivas y culturales, de las que uno recuerda más pequeños tesoros que grandes acontecimientos. A saber. Caminé por el parque y a las risas con dos escritores y un editor; discrepé sobre El sacrificio de Tarkovsky con Hugo Mujica quien me contó cómo era en persona Andy Warhol (un tonto); Mariana Enríquez me habló de Black Metal; el escritor Daniel Mella me relató una historia de cómo increparon a Mario Benedetti en una charla pública en Madrid con Gustavo Escanlar y con el torso desnudo; Martín Fernández de la Casa Editorial Hum me hizo el cuento del increíble encuentro entre Felipe Polleri y Fogwill y Courtoisie me reveló a qué olía la habitación de Juan Carlos Onetti en Madrid (¡a masitas, alcohol y tabaco!). Grandes historias.

Es que, más allá del evento público, el Festival Internacional Literario del Maca es una oportunidad democrática, de encontrarse con otros ejemplares de esa especie en extinción que uno cree es la gente que le interesan los libros. Pero por lo visto, somos muchos más que dos.

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