Pablo Atchugarry es un buen amigo. Uno de los suyos, también artista, se mostró preocupado por el destino de sus obras cuando muriera. Entonces, el escultor uruguayo le dijo: “Tranquilo, voy a hacer un museo y tu obra puede quedar ahí, tutelada para los nuevos tiempos y generaciones”. Hoy es una realidad, ya abrió el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), al que define como “la casa de los artistas y de todo el público, porque es un proyecto inclusivo”. 

Él no se inquieta por qué pasará con sus piezas en el futuro. “No conservo ni protejo ninguna. Además, agradezco que mi obra se venda, está dispersa en colecciones y espacios públicos de todo el mundo”, aclara. Las considera como hijos independientes que viajan y, como tales, a veces regresan. Eso le pasó con La iluminación, que a 40 años de su creación, fue donada al flamante museo por el coleccionista que la tenía. “El arte es un proceso muy dinámico”, comenta desde Manantiales, donde se encuentra el MACA, el cual nació como una expansión de la Fundación Pablo Atchugarry. “La idea siempre es hacer puentes que unan a nivel cultural a los pueblos y a las personas”, sostiene. 

Cuenta que una escultura comienza cuando elige el bloque de mármol en la cantera, principalmente en Carrara, Italia, país donde vive gran parte del año. 

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