LA REVOLUCIÓN CUBANA SE HIZO A BASE DE PALABRAS

POR LAURA GARGANTA

Dagoberto Rodríguez (Caibarién, Cuba, 1969) asegura que el tiempo que ha vivido en Cuba siempre va a ser mayor al tiempo que vivirá afuera. Y, si bien la frase parece un juego de palabras, (y un poco lo es) este artista, nacido y criado en la revolución, juega con el lenguaje hasta convertirlo en arte. Así lo evidencia en Retropia, su nueva muestra, inaugurada en el MACA el sábado 22 de septiembre, en el marco del Segundo Festival Internacional Literario, que da pie a esta entrevista.

La primera cita fue en el carrito eléctrico: lo pasamos a buscar con la fotógrafa y lo llevamos a recorrer el Parque de Esculturas, para que vea su instalación (Túnel blanco) y para hacerle algunos retratos. Él jamás había visto su obra emplazada: ésta fue la primera vez que el artista pisó suelo uruguayo, por lo tanto, mostrarle los alrededores fue, en parte, empezar también a conocerlo.

Foto: Francisca Vivo

Dagoberto contó que su primer acercamiento al arte fue porque su madre no sabía qué hacer con él, ya que era extremadamente inquieto. Por eso, dijo, lo enlistó en la escuela del profesor Clotildo, allí en su pequeño pueblo de la costa norte, donde aprendió a representar al sol amarillo, al cielo azul, a las nubes que se difuminaban y, sobre todo, a la palma. “Si no hay palma, no hay negocio”, sentenció después de una breve pausa y, cuando continué indagando en su lugar de origen, me aseguró que Caibarién es -nada más y nada menos- que “la meca del kitsch”, ya que los carnavales son muy importantes y las carrozas con las que la gente compite son inmensas y pretenciosas. También ayudaba mucho la pintura local que, según recuerda, representaba más que nada paisajes marítimos. En este escenario fue que se moldeó un niño hiperactivo que ya empezaba a delinear su camino artístico.

La educación en Cuba, en aquella época, estaba organizada de manera tal que empezabas en tu municipio, en una escuela, y después hacías unas pruebas para ir a la cabecera de provincia, que en mi caso era Santa Clara, donde hice la secundaria completa. Yo quería ir a la Escuela Media en La Habana y estudiar arte, y así lo hice. Era una escuela muy bonita, un proyecto arquitectónico tremendo, de los más ambiciosos de la revolución cubana, situado en el medio de un campo de golf, el más vivo de la ciudad en los años 50: el Country Club de La Habana. Allí, el Che Guevara y Fidel Castro montaron una escuela de arte espectacular, para la cual convocaron a arquitectos como Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi. Allí transcurrí 9 años de mi vida. Cuando me gradué, en 1994, gané una beca y viajé por primera vez a España con mis compadres de la universidad y conformamos Los Carpinteros, un equipo de trabajo que se mantuvo por 26 años, un verdadero colectivo de artistas. Primero fuimos dos, con Alexander Arrechea, y después se incorporó Marco Castillo hasta el 2018.

Si bien Dagoberto vive hace 15 años en Madrid, donde tiene su estudio y su familia, también vivió en el Lower East Side de Nueva York, por motivo de una exposición en el New Museum of Contemporary Art, cuando el Lower East Side no era un barrio trendy lleno de galerías de arte y tiendas de diseño. Era 1998 y hasta pudo subir a la cima de Las Torres Gemelas. Hay una parte de ese Nueva York que ya no existe, suelta sin demasiada nostalgia, pero Dagoberto regresa rápido a Cuba, su pulsión creativa se aloja allí. Y sigue: Mi relación con Cuba siempre fue de ida y vuelta, nunca tuve una ruptura total. Sigo regresando porque para mí es inspiracional. El tiempo que yo he vivido en Cuba siempre va a ser más grande que el tiempo que voy a vivir afuera. Toda mi familia se fue a vivir a Miami hace años, por lo tanto, lo que me une es una cuestión estrictamente simbólica y emocional. La situación política se sigue deteriorando, y no sé por qué, pero los cubanos pensamos siempre que en algún momento el país va a mejorar. Cuando parece que no se puede deteriorar más, es falso, se puede deteriorar más y más todavía. Es impresionante, el fondo de ese deterioro parece no tener fin.

Fotos: Francisca Vivo

RETROPÍA en sus palabras

La gente tiene que saber que la vida mía en Cuba todavía tiene un peso extremadamente fuerte. Todo el tiempo que he estado viviendo en Cuba (que como dije antes es mucho mayor al tiempo que he estado viviendo afuera) sigue pesando muchísimo en mi trabajo, en mi arte y en mi manera de ver el mundo. Retropía, de alguna forma, combina todas estas ideas de lo que es vivir ahí, de la existencia allá y del valor que tiene el lenguaje, porque lo único que sabe la gente es que en Cuba hay escasez, que no hay luz, no hay corriente… pero no es sólo eso, el valor de la palabra en Cuba es diferente. La revolución cubana no fue hecha en un país rico con recursos naturales, como Venezuela; Cuba no tiene nada, lo único que tiene son palabras, y esa revolución está hecha a base de palabras. Las palabras tienen un valor extraordinario y es lo que marca nuestra existencia. Por eso, el set que yo he elegido para poner en esta exposición está sacado, por una parte, de todos los documentos oficiales que finalizaban con la frase "patria o muerte". Asimismo, todas las obsesiones de la revolución cubana que tienen que ver con el enemigo y el imperialismo, que siempre está relacionado con un enemigo externo. El otro set de palabras tiene que ver con la respuesta de la gente a esta situación, a la tiranía de las palabras del gobierno de Cuba. Son frases que aflojan y relajan este discurso y se contraponen al oficial.

Foto: Nicolás Vidal

Esa es una de las imágenes que se repiten del pueblo cubano, sufrido pero alegre, refugiándose en la música y el baile, como en tu muestra. ¿Es realmente así?

Sí, es que la gente en el Caribe sabe que todos vinimos por un tiempo limitado a este mundo y por eso tratan de aprovechar al máximo su existencia, aún en las circunstancias más desfavorables que puedas haber visto en la vida. Por eso elegí la frase "Conmigo tienes que gozar, conmigo tienes que bailar", que es el estribillo de una canción muy popular de finales de los años 70 en Cuba, la cantaban Los Van Van. Era una canción muy popular, pero al mismo tiempo encerraba un truco, “conmigo tienes que bailar, conmigo tienes que gozar”, así que la cosa es conmigo, no hay más opción. Esa frase yo la he usado varias veces cuando trabajaba en equipo y ahora también la uso porque me parece tremendamente ejemplar de cómo el lenguaje puede condicionar y cómo estas prácticas gubernamentales traspasan, de alguna manera, la vida cotidiana. La otra frase de "Hay, pero no te toca" es clásica en el socialismo, tenemos pero no es para tí, es decir, hay una serie de productos que no son para el resto de la población. Y allí se muestran las dos clases: una que maneja la economía del país y que tiene privilegios y otra que no los tiene, "Hay, pero no te toca". No todos somos iguales.

La muestra de Dagoberto Rodríguez se encuentra en la Sala 2 del Hall Principal del Museo MACA. Se puede visitar hasta fin de año y los horarios son de miércoles a lunes de 10:00 a 18:00 hrs. Los esperamos.

Foto: Nicolás Vidal

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Segundo Festival Internacional Literario (FIL) - MACA