Mariana Enríquez: de la escritura rebelde a la consagración internacional
POR LAURA GARGANTA
Fotos: Francisca Vivo
Mariana Enriquez (Buenos Aires, 6 de diciembre de 1973) es una de las escritoras de habla hispana más celebradas por la crítica internacional. Si bien la escritura comenzó a fluir en ella de manera incontrolable desde su adolescencia, en los últimos años cobró un reconocimiento que va más allá de sus terroríficos cuentos, sus cientos de reportajes periodísticos y sus variadas novelas: Enríquez se convirtió en una rockstar de las letras, y como tal, sus fans se congregan religiosamente adonde sea que va, y Uruguay, no fue la excepción. Luego de una maratónica gira por el país, gente cortando calles céntricas para conocerla, la entrega del reconocimiento “Visitante ilustre de Montevideo” y el recorrido por varios departamentos del interior, el MACA la recibió en el marco del Segundo Festival Internacional Literario (FIL): a lo largo de dos días dio una clínica de escritura para escritores avanzados, presentó un extracto de la obra teatral de Leonel Schmidt, basada en su libro de cuentos “Las cosas que perdimos en el fuego”, participó de una conversación abierta para más de 300 personas con la editora y docente uruguaya Silvana Tanzi y recibió el premio “Autora homenajeada” por parte del Museo y la Fundación Pablo Atchugarry.
Enriquez asegura que toda esta exposición, aunque ya esté acostumbrada, no deja de sorprenderla, por eso elige recibirla con tranquilidad y, sobre todo, con responsabilidad. Aclara que si va a hacer giras, clínicas, exposiciones de su obra o cualquier otra cuestión laboral, lo hará bien, de manera profesional y consciente. Y es verdad: se entrega en todo lo que participa, se adapta y colabora en los detalles.
— A mí me interesa tocar los límites de la literatura y ver cómo se pueden combinar con otras artes, agregarle dinamismo.
La clínica de escritura fantástica no sólo fue una propuesta suya, sino que duró poco menos de tres horas. Allí escuchó pacientemente a más de 20 expositores, a los cuales les devolvió con detenimiento y respeto, consejos para continuar editando y enriqueciendo sus textos.
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Los comienzos en la escritura de Mariana son peculiares; ella afirma haber empezado a escribir por impulso, por una necesidad de plasmar las cosas que vivía y conocía y que no encontraba expresadas en ningún lado. En esa época de post dictadura argentina, de inflación galopante, violencia policial e incertidumbre generalizada, una joven del conurbano bonaerense, recién entrada en sus veintes, provocó a la opinión pública con una novela llamada “Bajar es lo peor”, en la cual el sexo, las drogas y el rock and roll eran los protagonistas. Enríquez no tenía idea de la exposición que le traería.
— El afuera de todo ese libro, de todo ese proceso, fue muy hostil; yo era muy chica para lidiar con el escrutinio sobre qué sabía de drogas o qué sabía de sexo... vivía con mis papás y pensaba que me iban a echar de la casa si se enteraban de todo. No es lo mismo tener 21 años hoy que en ese momento, en público. Todo el tiempo te tomaban examen (si leíste a este, al otro, si sabés esto o lo otro) frente a las cámaras. Por eso me alejé de ese ambiente y fui directo a refugiarme en el periodismo.
Este año, Página 12 publicó una entrevista que Mariana le hizo a uno de sus máximos ídolos de todos los tiempos, Nick Cave. En ella el cantante le dijo: “Muchas veces se piensa que necesitamos algo en que creer, pero lo que necesitamos es gente que crea en nosotros”. Mariana no lo ve de esa forma, al menos en su experiencia personal. Sí, es verdad que Juan Forn (fallecido escritor y periodista argentino) le dio el visto bueno para publicar “Bajar es lo peor” y que la ayudó a editarlo guiándola en el proceso, pero también es verdad que ella iba a escribir siempre, fuese como fuese, la ayudaran o no. Yo me alejé de él, primero por una cuestión con la figura de autoridad, que a mí no me terminaba de cerrar, pero no por él, sino por mí. Quería ver sola si elegía ese camino. Era bastante rebelde. Una rebelde que, según cuenta su marido Paul Harper, lo llevó a ver a Cave a cinco distintas ciudades de Australia, en una especie de coincidencia viajera que cuesta identificar como tal.
A la manera de Stephen King, Enríquez elabora sus historias más tenebrosas y oscuras tomando a la realidad cotidiana como punto de partida. Sabe que el terror yace en lo conocido, en aquello con lo que cualquiera puede identificarse, incluso con las tramas más desoladoras de la historia sudamericana reciente, o de cualquier ciudad violenta de hoy en día. Por eso, explica, ella genera ficción a través de cosas diarias y muy reales.
— En este momento estoy escribiendo un libro al que le estoy dando vueltas desde hace mucho tiempo. Unos perros sueltos van a atacar… Al principio pensé que a un paciente en un hospital, a raíz de una noticia que leí sobre una jauría que mató a un interno en plena pandemia en el Borda (Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial). Eso me obsesionó. Busqué todo. Sentí que era lo más desamparado y terrible que había escuchado en mi vida. Después me pareció que lo que estaba pensando era demasiado violento y lo convertí en que los perros se pelearan entre ellos, pero después pensé que no me gusta lastimar animales. Finalmente, por una circunstancia especial, decidí que el ataque sería a una Jefa de Guardia, una médica. A esa escena, por ejemplo, volví todo el tiempo. La ponía en pausa y cuando la retomaba decía “no no no no”. Así que funciona más o menos así, repentinamente me viene la escena entera a la cabeza y ya la tengo grabada. Son obsesiones que tengo.
La obsesión la arrastra hasta el Parque de Esculturas, al primer tour que hizo, cuando los perros del predio se empezaron a pelear frente a ella. Allí, la escena cobra fuerza y se convierte en la materia prima de sus historias y en la creación de sus personajes: “es como si conviviera con gente en la cabeza”: allí transcurre una especie de película con sus escenas y tramas, hasta que, en algún momento, todo empieza a cobrar coherencia y densidad para transformarse en escritura.
— En general, cuando es un proceso así, de gente y de personajes, es una novela, pero cuando es más sobre una idea o tema que me obsesiona, es un cuento. Suena muy raro cuando lo digo, pero los personajes son muy reales y hablan entre ellos. Es como si pudiera retirarme y estar en ese mundo, imaginármelo, incluso a veces los dejo en pausa y después vuelvo, a ver cómo pueden seguir desarrollándose.
Pero Enríquez no improvisa. Aunque para ella el mundo que la rodea sea una fuente inagotable de historias y, como cuenta, muchísimas tramas cobren fuerza en su cabeza de manera independiente, la indudable técnica que posee convierte a cualquiera de sus relatos en una pieza maestra de la literatura de terror contemporánea. Al preguntarle si esa parte del oficio (insertar la técnica de la escritura en sus relatos) no la aburre, le cuesta o le molesta, contesta convencida:
—Yo supongo que es como cuando un deportista tiene que hacer algo a repetición y uno lo ve y piensa ¿No se aburre? Y sí, se aburre, pero cuando encuentra la manera de llegar al lugar que busca, es sublime. Con la literatura pasa lo mismo; claro que te aburre toda esa parte técnica de edición que es pesada, lo mejor sería que te salga y ya, de hecho tengo amigos escritores a los que les sale y ya, pero en general es mucho trabajo. Pero ese trabajo, cuando sabés que va a resultar en algo tan bueno, no termina siendo aburrido… De hecho no lo es, para nada, porque la recompensa es un montón, incluso cuando no te sale, porque después esa idea puede servir para otra cosa. Es muy sencillo: si lo pasara mal no lo haría.
El otro día lo estaba escuchando David Lynch en una entrevista donde hablaba de esta cosa del artista torturado, del artista que sufre y lo romantiza. Él dice que eso es una estupidez, que es de sentido común que una persona la pasa bien cuando está haciendo su arte, y yo pienso igual. Vos la podés estar pasando muy mal en tu vida, pero ese momento es el que te permite estar en un espacio seguro, aunque sea trabajoso o difícil. Creo que a veces hay una confusión entre lo que es trabajoso y lo que es difícil… pero sufrir es otra cosa. Sufrir voluntariamente no es algo que se haga, a menos que sea patológico (que puede serlo en algunos casos, pero en general no). Lynch pone el ejemplo de Van Gogh, que siguió pintando. Dice que el hombre era totalmente infeliz en su vida, pero que era feliz cuando pintaba, y por eso no se mató antes. Para entenderlo bien: su vida era horrible, pero el momento en el que pintaba era feliz, no al revés.
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LA REINA DEL TERROR
¿Te llegás a dar cuenta de cómo el acento de ella es distinto al uruguayo? Le pregunta Mariana a su marido australiano, Paul Harper, haciendo alusión a mi evidente condición de argentina. Él es un hombre alto, flaco y simpático que se esfuerza por hacerse entender de la mejor manera posible con la enorme cantidad de gente que va conociendo, a medida que recorre las 45 hectáreas del Parque de Esculturas de la Fundación Atchugarry. Lleva una cámara colgando del cuello y aprovecha a sacar fotos cada vez que hacemos alguna parada en el tour que se le preparó especialmente a Mariana para que conozca las instalaciones. Él asiente, le dice algo que no alcanzo a escuchar y la rodea cariñosamente con su brazo izquierdo. Más tarde, mientras ella da entrevistas, él la espera echado en un sillón, relajado. Ella hace que todo sea sencillo para la gente, me dice mientras esperamos que Mariana vuelva del baño para continuar con la rueda de prensa. Es llamativo, pero las historias de amor que Enríquez suele desarrollar en cuentos como “Un lugar soleado para gente sombría” distan bastante de esta evidente paz y amor que se respira al estar cerca de ellos.
— Para mí no es tan terrible, o sea, no sé cómo explicarte, soy consciente, técnicamente, de lo que voy a hacer, pero no me espanta, ese es el tema. Me dan ganas de decir “Qué susceptibles están todos”. Mientras estaba escribiendo esa escena, pensaba que era súper romántica y sexy.
La escena, sin ánimos de spoilear, involucra a un yonki de Los Ángeles en un estado total de abandono e infección, generado por la calle y las agujas. La protagonista, recordando a su antiguo novio adicto y fallecido, lo ayuda inyectándole una sustancia en el pie que él mismo no podía embocar, único lugar visible de su cuerpo donde aún quedaba una vena entera y sana. Al devolverle la calma, lo deja desvanecerse y se retira con la imagen del ex en su cabeza.
— Es una fascinación estética, a mí me parece atractivo, me estimula, me genera adrenalina y placer. Las veces que algo me da miedo, sobre todo cuando veo cine, suelen ser con cosas que al resto no les provoca nada similar.
A esta altura es normal preguntarse, entonces, qué es lo que verdaderamente le da miedo a Mariana Enríquez. Y su respuesta es tan lógica como particular. Se confiesa “bastante miedosa” a lastimarse y a enfermarse, pero nada respecto a lo sobrenatural. Para ella, son cosas más sutiles.
— Fuimos con un amigo al cine a ver Mulholland Drive, de David Lynch. Hay una escena donde las chicas entran a un teatro y hay una persona en vivo cantando una canción muy triste de Roy Orbison. En un momento una de ellas se cae desmayada, pero la música sigue sonando y uno se da cuenta de que es algo fantasmal. Le dije a mi amigo: “Nos tenemos que ir porque está pasando algo muy raro”. Mi sensación era de "se perturbó la realidad, nos tenemos que ir, estamos siendo chupados hacia otra dimensión". No sé, fue horrible y estoy segura de que a mucha gente que la ve no le pasa eso. Supongo que tengo algunos tapones emocionales, probablemente, a los que llegan pocas cosas y que también permiten que no me afecte demasiado ver o escribir lo que sea, pero cuando algo realmente me llega, es fuerte.
La honestidad y el desprejuicio con el que habla acerca de todo lo que se le pregunta es admirable. De hecho, asegura que quiere ser lo más honesta posible en todas las entrevistas, casi como un deber, una cuestión moral. Por eso quizás no se ofusca cuando se le pregunta si cree en fantasmas. Al contrario, desarrolla y fundamenta una respuesta que estoy segura, muchos de sus lectores se han hecho alguna vez.
— Creo que es posible. Que yo no tenga esa sensibilidad no significa que no exista. Hay muchas cosas que existen pero no las ves, la tristeza por ejemplo. Pero me parece que también es relativo lo real. Si una persona los ve no tengo por qué pensar que está loca. A mí, más que la idea de un fantasma, me atrae la memoria de un lugar. ¿No te pasó de ir a una casa y que te parezca tétrica? y ¿Por qué te parece tétrico? Es un edificio, no pasa absolutamente nada… pero hay una memoria del lugar y eso es el fantasma. En ese sentido creo, no es que crea en la dama vestida de blanco que pasa caminando, pero sé que esa dama que pasa caminando representa algo que sí es real.
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Al igual que cuando se leen sus cuentos, es fácil darse cuenta que se está leyendo a Mariana Enríquez cuando se aborda su otro oficio, el periodismo. Su particular forma de narrar crónicas de viajes, visitas a cementerios o de navegar largas entrevistas a personajes muy famosos (sin sonar solemne ni extra coloquial) genera que sus lectores se sientan en casa con cualquiera de sus escritos. No obstante, leerla en su totalidad, es una tarea casi inabarcable (y que se renueva constantemente) ya que su faceta de periodista ocupa una parte importante de su vida laboral desde hace más de 25 años. Siempre estoy escribiendo algo para entregar, de hecho ahora acabo de mandar a Página12 la historia de Clarita. Clarita, un personaje clave en la historia uruguaya, no sólo por transgresora y heredera, sino también por los abusos que sufrió durante toda su vida, y el actual mito de su fantasma en el Museo Blanes.
— Me gusta más escribir ficción, pero lo que me da el periodismo, que después termina contaminando la ficción, es la alerta en la curiosidad. De hecho, no lo dejé nunca justamente por eso. Soy de ir a un lugar, fascinarme con algo y decir "quiero saber toda la historia de esto". Me sirve mucho para tener un registro y un archivo.
— ¿Qué entrevistas has disfrutado más hacer y cuáles no?
— Una que no disfruté, pero creo que es muy buena, es la que le hice a Charly García. No habló mucho y tuve que escribir un retrato suyo casi sin declaraciones de él. Fue todo muy caótico, pero el resultado al que llegué me gusta. Es parte del oficio, yo trabajé casi 15 años con músicos y, en general, tenés que aprender a convivir con eso, despertar gente. Es decir, cuando trabajás tenés que volver con algo sí o sí y a veces el tipo está durmiendo hace dos horas y no lo podés despertar y ¿qué hacés? Y bueno, escribís sobre eso, sobre cómo no despertó. Al final hice una crónica de observación y cuando volví al otro día pude sacarle algunas declaraciones que me sirvieron. En eso él tuvo su generosidad, quiero decir, más allá de todo se dejó ver, tiene cierta valentía.
Después, una entrevista que me impactó fue la que le hice a Lucrecia Martel. Ella es tan pero tan brillante que no me lo esperaba. Como entrevistada sé que yo soy fácil, es una cuestión de personalidad, pero Lucrecia habla así con todo el mundo. Está en modo ON todo el tiempo y es difícil entrevistarla, porque es como estar en el agua, tratando de encontrar algo, entrando en la mente de una persona que es mucho más inteligente que los demás. Esa entrevista me gustó mucho hacerla porque fue muy desafiante, yo no la conocía tanto, o sea, sí, había visto cosas, me había parecido brillante, pero no me imaginé semejante mujer.
Ella también vive en modo ON, aunque en apariencia no se dé cuenta. Jamás pierde el hilo de las preguntas que se le hacen, aunque esté horas dando entrevistas a diferentes medios. Ella siempre sabe dónde retomar. Durante la clínica de escritura, no se pierde ni una de las palabras que los más de 20 escritores le recitan por más de 2 horas y media, en un evento imaginado y dictado por ella misma. Las devoluciones son concienzudas, exactas, no hay fisuras: escucha y devuelve.
Enriquez no tiene a nadie que le haga la prensa en el día a día, ni exige tratos excepcionales cuando asiste a festivales. No pone límites a las filas interminables de personas que quieren sus libros firmados, ni deja de tomarse fotos con sus fieles seguidores. No regala sonrisas de complacencia, pero tampoco es antipática. De hecho, como dijo su marido Paul, Mariana le facilita las cosas a quienes están a su alrededor.