Torres García: el mundo es el límite

Exposiciones y eventos en Uruguay celebran en su 150° aniversario, vida y obra de Joaquín Torres García, un artista vital para la cultura, tanto erudita como popular, en Latinoamérica.

A 150 años del nacimiento de Joaquín Torres-García (1874-1949), artista que renovó y globalizó el arte latinoamericano, los homenajes no se hicieron esperar. En su cuna, Uruguay, el acto iniciático tuvo lugar a comienzos de año en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) con El descubrimiento de sí mismo, una muestra que lleva título homónimo de uno de los primeros libros del autor (1917). Las curadores argentinas Aimé Iglesias Lukin y Cecilia Rabossi realizaron una investigación de archivo para reunir las huellas del maestro. Mediante documentos, pinturas, acuarelas, collages, objetos y juguetes de madera revelaron los procesos mentales que derivaron en el sistema pictórico conocido como “universalismo constructivo”, concepción artística y filosófica desarrollada por Torres-García, en la que cifró una importante porción de su legado, a partir de la extraordinaria originalidad de su actitud y de su pintura.

En abril, en el Museo Blanes de Montevideo y bajo la curaduría de María Eugenia Méndez y Cristina Bausero se realizó la exposición Ellas. Mujeres de la Escuela del Sur, que buscó dar visibilidad y destacar la contribución pictórica de 42 mujeres artistas (de las 115 participantes que se estima pasaron por la Escuela del Sur, fundada en 1935), como Raquel Orzuj, María Esther Mendy, Amalia Nieto y María Cantú.

Anticipándose algunas semanas a la inauguración de la muestra Clásico. Moderno. Universal en el Museo Torres-García (donde se dio a conocer la nueva edición del libro Universalismo constructivo (1944), el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo celebró el aniversario con la exposición El universo como reto, que incluye no solo su intensa labor plástica, sino también la faceta docente, ya que comparecen allí la totalidad de las obras que integran la pinacoteca Torres-García en el MNAV, más una selección de piezas de los alumnos de su Taller. La muestra “trasunta profundas inquietudes filosóficas con componentes neoplatónicos y pitagóricos. Dígase reglas y material sensible que introduce lo aleatorio: el cartel, la ciudad, el movimiento. En suma, una concepción universalista del ser humano”, según indican en el texto curatorial sus responsables Enrique Aguerre, María Eugenia Grau y Fernando Loustaunau.

Finalmente, a este recorrido de celebraciones se suma el estreno del largometraje documental Pax in Lucem, del cineasta Emiliano Mazza de Luca (1970) y del director del Museo Torres-García en Uruguay, bisnieto del artista, Alejandro Díaz Lageard (1969). El plot de la cinta es este: el hallazgo de tres grandes fragmentos del mural Pax in Lucem, obra icónica del autor homenajeado, que se creía perdida en el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (1978) junto con 73 piezas que conformaban el núcleo duro de la obra del pintor, reunidas allí para una retrospectiva, detona en un viaje hacia los entretelones de su peripecia vital y familiar, y tiene como telón de fondo la restauración de los fragmentos quemados por el fuego.

Síntesis que perdura

Juan Carlos Onetti (1909-1994), antes de publicar su primera novela, El pozo, antes de encaminarse a ser el escritor que la mayoría de los lectores hispanohablantes hoy reconoce, había manifestado su admiración por la figura de Torres-García: el cuento “Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo” (1933) muestra apenas una pátina de esa influencia. Onetti interceptó al pintor para entrevistarlo pocos años después de su retorno a Uruguay, en 1934. Producto de esa charla, en 1939 se publicó un imperdible reportaje en las páginas del Semanario Marcha, que parece haber sentado las bases de una amistad: Conversando de pintura con Joaquín Torres-García. Los dardos que le tiraba Onetti a Torres, haciendo gala de su “habitual pesimismo”, dan muestras de una respetuosa y divertida complicidad. Y lejos de esquivarlos, entre anécdotas y posicionamientos críticos en torno al estado de la cuestión en el provinciano medio artístico rioplatense y, en especial, sobre su presencia en Uruguay, el pintor pasó en limpio una idea crucial que nos ayudó mucho a interpretarlo: “Las valores que forman el arte constructivo no son los valores comunes, actuales, que evolucionan con las costumbres y formas de vida de los pueblos. Son los valores eternos, los inseparables del hombre de todos los tiempos. Nada tiene que ver con las cosas inmediatas, las que hacen correr a la gente aquí y en las antípodas […] si somos individuos, somos también y antes que nada hombres en un sentido universal, cósmico. Y que esto es lo mejor, lo más auténtico y profundo que hay en nosotros.”

Acaso esta eficaz síntesis, esta ética creativa, sigue resonando cuando hablamos de Torres-García, ya que logró trascender al artista y a su tiempo. Así, su trabajo sigue captando el interés de nuevos espectadores a través de viejos símbolos consagrados. Pero no alcanza con entender al universalismo constructivo como concepto, sino que hay que tenderlo como puente tangible, convertirlo en una vía que lo conduzca hacia la realidad cotidiana, que es la suya: botellas, peces, bolsos, casas, personas, soles, números, chimeneas, autos, ciudades, todo el tiempo, en todos lados, vemos la obra de Torres-García, en la calle, donde las acciones del individuo son capaces de adquirir estatuto universal.

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